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  • Foto del escritorJesus Eduardo Quintero Melecio

Forasteros en el desierto

Actualizado: 29 abr 2020

Caminamos sin rumbo y propósito, el polvo asciende y corre en el suelo con prisa, no se dónde termina mi casa, ciertas veces estoy dormido justo a la entrada donde duermen mis señores y en otras los acompaño afuera, donde el pastizal seco no me deja ver. A veces, cuando el señor anda en el caballo, los sigo hasta el lugar donde están los montes que roban la luz en las frías mañanas, caminamos tanto hasta allá solo para ir a molestar a unos toros amargados, deben de estar así porque viven donde los días duran menos, es como si estuvieran en las venas de donde emerge la oscuridad y el frio.


Cuando todos esperamos a que alguno de los señores nos arroje una ocasional migaja de alimento o cariño, me doy cuenta de que no me parezco a mis hermanos, todos son de un color diferente, la forma de su cuerpo y mirada es distinta. Tengo ciertas sensaciones que me transportan mas allá de estas moradas, me ubican en algún punto no tan lejano cuando las cosas eran más grandes, donde creo oler y ver a mis verdaderos congéneres, un lugar semejante donde soplaba este mismo aire polvoso, pero había eran otras colinas las que se robaban la luz. Me doy cuenta de eso, soy el más distinto en apariencia, pero aun así todos corremos emocionados cuando llegan los señores en sus ruidosas camionetas.

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Es trágico. Todos los días los montes toman la luz, más o menos cuando los señores están saliendo de comer, justo cuando nos brindan de su atención, la luz comienza a ser tomada por las lejanas colinas y parece que estas suspiran un frio aliento. Los señores son muy afortunados, ellos atrapan la luz y la encierran en sus moradas, lo malo es que nosotros no podemos entrar ahí, nunca hemos entendido por que se esconden de la oscuridad. A nosotros no nos queda más que recostarnos en la entrada a esperar a que vuelvan a salir. Los montes ciertas veces dejan pequeños puntos de luz en el cielo y podemos ver claramente. Aun así, lo señores siempre se esconden a pesar de que las montañas tengan empatía por nosotros, y eso no me extraña, pero lo que si me da curiosidad es que afuera regularmente pasan o llegan los otros. La lejana oscuridad arrastra fuertes gritos y lamentos, aquellos nos agitan y nos ponen nerviosos, ¿quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Por qué se reúnen cuando los señores duermen? Cuando ellos se revelan en la distancia ausente de luz, mis hermanos les devuelven sus gritos, yo me les uno agitadamente, el lúgubre sonido me arrebata el calmado sueño de manera inmediata, sin dudarlo corremos con furia irracional hasta donde podemos, hasta donde los señores caminan por si mismos, nos detenemos justo donde sabemos que los señores no salen si no van en caballo o camioneta. Justo ahí afuera está más oscuro y es más difícil caminar, justo allá afuera es de donde salen ellos, son sombras desconocidas que ciertas veces tienen la osadía de entrar en nuestro hogar. Horrorizados pero muy molestos mis hermanos y yo los ahuyentamos a gritos y parecen temernos tanto como nosotros a ellos porque así como entran, salen y se desvanecen en la oscuridad. En una ocasión uno de mis hermanos tuvo la valentía de continuar gritándoles y seguirlos afuera, nadie lo acompaño. Lo volvimos a ver mucho después pero siendo muy intolerante, no podríamos acercarnos mucho a el por qué nos gritaba e intentaba mordernos, se le veía muy quieto y cansado siempre, como si los de afuera le hubieran robado su energía y carácter.


Cuando las montañas ya devuelven la luz los señores ya han salido de sus moradas, nosotros con pelo lleno de polvo nos recostamos para que la luz que nos abrace, los señores salen a deambular mucho entre las moradas de nuestro hogar, cargan cosas, gritan entre ellos, las camionetas se los llevan lejos y los traen después. Cuando los acompañamos nos llevan a molestar a los toros, unos menos molestos, pero más gordos. Los señores pasan mucho tiempo con estos toros, ya sea tocándolos, golpeándolos o solo siguiéndolos, parece que les gusta mucho estar viéndolos, ¿porque los valoran tanto? Son muy lentos y lo único que hacen es comer ramas. Algunos toros son llevados a nuestro hogar, ahí los señores los recuestan y les sacan mucho alimento, mientras esto pasa mis hermanos y yo nos quedamos contemplando y viéndolos a los ojos, sabemos que así de vez en cuando nos arrojan un trozo de toro. Esos toros ya no se levantan, más bien sin darme cuenta desaparece mientras los señores guardan sus pedazos como alimento.


Tengo otros hermanos pequeños pero muy agiles y con ojos grandes, solo que ellos no gritan, solo susurran y no son amigables con nosotros ni con los señores. A pesar de todo, mis hermanos juegan con ellos y les gusta perseguirlos hasta que ellos se suben a un lugar donde nosotros no podemos subir. Son muy raros, pelean mucho entre ellos y les gusta deambular mucho cuando no hay luz, aun que no los conozco bien pero se que los forasteros se han llevado a alguno de ellos, aun que los señores no parecen notarlo.


Mi lengua se ha acostumbrado al polvo, cuando nos perseguimos entre hermanos y quedamos agitados nuestro aliento se empaniza, nos sacudimos continuamente y el polvo vuelve al aire. Todos corremos y nos seguimos, se que la esencia de nuestro gusto no se queda entre las moradas, llega más allá de nuestro hogar y penetra en este inmenso y cenizo valle que rodean los montes, donde solo hay un mar de pastos que parecen peinarse en una marea de oro brillante. Es allá donde esa mezcla de gritos e inquietud vuela en el aire, y llega a los forasteros, ellos nos sienten y envidian lo que mis hermanos y yo somos, vagan afuera sin la aceptación de los señores, saben que no pueden entrar a nuestro hogar, esos son sus gritos y lamentos que arrastra la distante oscuridad, el dolor de ser un salvaje sin amparo. La oscuridad es su única reafirmación que les da confianza para expresarse, y a veces sus gritos se multiplican desde diferentes direcciones, sin luz no puedo ver desde donde vienen pero sé que no son solo un grupo, puede empezar uno pero de repente comienza a acompañar los gritos de otro grupo de forasteros, no sé cuantos sean, pero algunas veces cuando no hay luz se revelan muchos de ellos y nos rodea la fiera orquesta de los otros, es ahí que cuando por más que gritamos mis hermanos y yo, nos damos cuenta que allá afuera ronda una inmensidad de anónimos envidiosos que aprovechan la ausencia de los señores para perturbarnos con sus rizas y llantos.


Mientras hay luz, algunos de mis hermanos acompañan a los señores afuera para visitar a los toros, otros nos quedamos en el hogar, caminamos y corremos entre las moradas sin propósito, solo nos acompañamos en nuestro gustoso ocio. Uno de los señores siempre se queda con nosotros, su semblante y ritmo es el que mejor distingo, aun siento cuando él era más grande y me levantaba con una mano, el es mi señor, lo acompaño siempre que lo veo, el me procura mucho, caminamos de inicio a fin de nuestro hogar y visita a diferentes seres que tiene encerrados, le gusta mucho arrojarles cosas. También, justo cuando hay más luz, permite que los hijos de los toros salgan al pasto, ellos recorren el mismo camino, pobres idiotas, no saben nada, solo están para que yo los moleste y mi señor me apruebe y aprecie, les grito y muerdo sus patas para que lleguen al pasto.


Ciertas veces cuando las colinas aun no sueltan la luz, mi señor sale de la morada con cierta prisa cargando cosas muy grandes entre la oscuridad, yo lo sigo, ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Sin darme ninguna mirada sube a la camioneta y se lo lleva afuera, muy afuera, yo no lo puedo seguir. Mientras no vea a mi señor, mi cuerpo se siente muy pesado, prefiero quedarme tirado en el suelo a pesar de que tengamos luz, no tengo a quien seguir si él no sale de la morada. La luz tiene que volver varias veces para que la camioneta lo traiga de nuevo a mi señor, ahí siento que mi cuerpo se aligera y pierdo el cansancio que cargaba cuando él se ausentaba.


La luz se escapa entre las montañas, mis ojos se abren cuando escucho como los señores salen, necesito estirarme para incorporar mis cuatro patas, mis hermanos están por allá. Con poca luz uno de los señores sigue a una manada de toros que pasa entre mis hermanos y yo, una camioneta comienza a sonar, varios señores arrojan cosas encima de ella y suman más ruido del que ya hay en la calma que desaparece. Puedo verlo, sus pasos se despliegan en los remanentes de la oscuridad, él es uno de los otros, un forastero deambula por nuestro hogar y se escabulle asía afuera, le grito fuerte, muy fuerte y me atrevo a seguirlo un poco, solo tenemos un bostezo azul-gris de las montañas que mantiene mi somnolencia, mis hermanos deben venir en marcha detrás de mí, me adelanto un poco porque sigo al intruso entre las ramas. Por un momento lo pierdo de vista y precipito, sigo gritándole y veo que mis hermanos nunca me escucharon, pero lo veo por completo de golpe, es uno de los otros y no se oculta a pesar de estar bajo media luz. Mi somnolencia se evapora en instante, mis pelos erizan y me engrosan, gruño y lloro en un solo sonido. Es igual a nosotros, esta sobre sus cuatro patas, grueso pelo y un color castaño rojizo como si estuviera encendido en un fuego sin llamas, más semejante a mí que mis hermanos. Estoy solo frente a el, mi semblante se fisura, el forastero esta tan erizado como yo, me grita fuerte y pierdo mi capacidad de moverme. Sus ojos y boca me hacen sentir la nulidad de afuera, el rumbo de su marcha me hace ver que en realidad yo no sé nada, no sé que hay más allá de mi hogar y jamás podre saber que esconden las montañas y para que se roban la luz. El forastero parece encontrar el alimento entre el pastizal por qué no tiene señor que se lo de. ¿Como lo hacen? El forastero se desvaneció, corriendo asía afuera solo dejo su olor, el olor cuando las cosas eran más grandes, el olor de este aire polvoso que arrastra la alucinación de mis congéneres.



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